miércoles, 3 de julio de 2013

LA EDUCACIÓN COMO MEDIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE LO PÚBLICO Y EL CIUDADANO

LA EDUCACIÓN COMO MEDIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE LO PÚBLICO Y EL CIUDADANO José Julián Ñáñez Rodríguez Resumen: El panorama social que se vive en la actualidad, evidencia una profunda ruptura entre el ciudadano y su relación con lo público, entendido este como la forma de participación activa en términos políticos y sociales. Si bien, de entrada se pudiera alegar que el binomio ciudadanía/publicidad, son dos realidades infranqueables, también es cierto que se asiste a una época en la que es evidente “el diagnóstico empírico de la desintegración de la publicidad liberal”, como lo señala Habermas, en tanto que el ciudadano empieza a ser pasivo frente a la vida pública, las más de las veces por desinterés o simplemente porque los mismos líderes de la democracia actual se encargan de ello. Se hace urgente, entonces, pasar de la ausencia de publicidad política a una sociedad pública y políticamente activa que se administra a sí misma, consecuencia de una escuela que se preocupa de formar ciudadanos y no sólo profesionales. Palabras claves: Público-publicidad, ciudadanía, formación Introducción ¿Cómo es posible exigir de los niños un mínimo de respeto a los pupitres, a las mesas, a las paredes si el poder público demuestra absoluta desconsideración a la cosa pública? Freire “Nos preocupamos a la vez de los asuntos privados y de los públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente la cosa pública; pues somos los únicos que consideramos, no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella, y además, o nos formamos un juicio propio o al menos estudiamos con exactitud los negocios8 públicos, no considerando la discusión como un estorbo para la acción, sino como paso previo indispensable a cualquier acción sensata” (Tucídides; citado por Cortina, 1998: 44). Estas palabras de Pericles pronunciadas en su célebre oración fúnebre por los héroes muertos en la batalla contra Esparta, junto con las de Aristóteles en su Política, donde afirma que “el ciudadano sin más por nada se define mejor que por la administración de justicia y en el gobierno” (Aristóteles; 1983), enmarcan la importancia que tenía para los griegos la participación de sus ciudadanos en los asuntos de la ciudad. Comprometerse con ella y hacer lo necesario para su buen funcionamiento, era parte del ser ciudadano. Pues como señala Hanna Anrendt (1969) para el griego “el nacimiento de la ciudad – estado significó que el hombre recibirá <> para percibir problemas de la sociedad, para interpretarlos y para ponerlos en escena de una forma que atraiga la atención y que a la vez resulte innovadora. Estas fuertes expectativas sólo podrá cumplirlas la periferia en la medida en que las redes de comunicación pública no institucionalizada posibiliten procesos más o menos espontáneos de formación de la opinión” (Habermas; 2001: 439). Sin embargo, hay que tener en cuenta que los mecanismos desatados por parte del sistema productivo, son tan potentes que los sujetos por sí mismos no podrían lograr la independencia necesitada, tendrían que ser preparados en el espíritu crítico y con una fuerte dosis de autonomía; no por nada “el republicanismo moderado ha enfatizado en la educación del ciudadano en las virtudes públicas, que le capacitan para la asunción de su papel activo en la vida democrática. Arendt, es especial, insistió en el concepto de “esfera pública agonística”, ya que la democracia supone diálogo y acción concertada, pero también diferencias y conflictos que es preciso enfrentar con lealtad, pero también valentía; la inhibición o la pasividad política, hacen del ciudadano un ser incompleto y falto de realización. (Carracedo, 2007: 85). Es así que se podría afirmar que la tarea de la política, y de la democracia y sus instituciones, dentro de las cuales está también presente la escuela, “no es la eliminación de regulaciones ineficientes e in-económicas, sino también el establecimiento y garantía de relaciones de convivencia que sean interés de todos por igual (Habermas; 2001: 418); por tanto, su objetivo explícito es una reconstrucción racional de los patrones de argumentación, cuya finalidad es mostrar que las resoluciones del legislador político, en cierto grado vienen motivadas racionalmente, a saber, por la cooperación entre un entendimiento basado en cuestiones de validez y un reciproco ejercicio de influencias en que los agentes se orientan a asegurar cada cual su propio éxito. (Pag.419), porque como afirma Hoyos un público bien formado no será comprado, ni presionado: sabrá detectar la veracidad y capacidad de sus dirigentes y su compromiso con la comunidad (1993, 15). Formación ciudadana para la acción pública En estos términos, la educación tiene la gran responsabilidad de la democracia y dicho sea de paso, la vida pública, política y ética de los estados, de ella depende que funcione en términos de mercado o en términos de humanidad, lo cual exige una mirada educativa que ponga el acento en la formación humanista, hacia ello están direccionados los trabajos de Martha Nussbaum, por ello sus planteamientos en el Cultivo de la Humanidad (2005), Sin fines de lucro (2011), entre otros, donde habla acerca del rescate de la actitud socrática, el cosmopolitismo, la imaginación narrativa y el estudio de las culturas no occidentales; elementos que reiteran la necesidad de una Universidad y, en términos más generales, una educación sin condición donde el disenso, el pluralismo, el desacuerdo sirvan de pretexto para el encontrarse, para comprenderse y no para acabar violentamente con el otro o posando los ojos sobre él como un medio para la consecución de bienes utilitarios y personales. Por ello, la recuperación de las humanidades resulta ser un espacio propicio para que la democracia participativa y deliberativa renazcan pues en ella lo que importa son las oportunidades o capacidades que posee cada persona en esferas centrales que abarcan la vida, la salud, la integridad física, la libertad política, la participación política y la educación, reconociendo que las personas pueden gozar de una dignidad humana propia y que esta debe ser respetada por las personas, por las leyes y las instituciones, esto supone un compromiso con la democracia. (Nussbaum, 2011: 22). Sin duda alguna, si no se ofrece una formación pública y política, no es posible esperar alcanzar una democracia fortalecida, aunque exista formal y legalmente, esto se ratifica en el sentido que “la idea de democracia descansa en última instancia en que los procesos de formación de la voluntad política, que en el esquema aquí presentado tienen un status periférico o intermediario, deben resultar determinantes para la evolución política. (Habermas; 2001: 436), cosa que a juicio propio se tiene que empezar a manejar desde las primeras fases de la escuela y no esperar a que el discurso descanse exclusivamente en la educación superior, empezando por el hecho que los porcentajes de personas que hacen presencia en ella es bajo, mientras que la gran mayoría si pasan por la escuela básica y media. Igualmente, habría buscar estrategias de formación ciudadana para la vida pública y política en los espacios no formales. Esta última afirmación se sustenta en el hecho que el espacio público – político es una caja de resonancia para problemas que han de ser elaborados por el sistema político porque no pueden ser resueltos en otra parte. En esta medida es espacio público - político es un sistema de avisos con sensores no especializados, pero que despliegan su capacidad perceptiva a lo largo y ancho de toda la sociedad. Desde el punto de vista que la teoría de la democracia el espacio público – político tiene que reforzar además la presión ejercida por los problemas, es decir, no solamente percibir e identificar los problemas, sino también tematizarlos de forma convincente y de modo influyente, proveerlos de contribuciones, comentarios e interpretaciones, y dramatizarlos de suerte que puedan ser asumidos y elaborados por el complejo parlamentario. Es decir, a cada función de señal del espacio público – político ha de sumarse también una capacidad de problematización eficaz. (Habermas; 2001: 439-440) No habrá, por tanto, un camino posible para hacer del ciudadano un agente crítico y constructor de la sociedad, comprometido con lo público, que no implique la participación de todos los involucrados y, sin duda, es la educación quien tiene la exigencia de hacerlo realidad, o por lo menos marcar el camino, a través de la formación de este tipo de ciudadano, pues “a ser ciudadano se aprende como a casi todo, y además se aprende no por ley y castigo, sino por degustación. Ayudar a cultivar las facultades (intelectuales y sentientes) necesarias para degustar los valores ciudadanos es educar en la ciudadanía local y universal” (Cortina, 1995: 44) En este sentido, lo que se pretende con la tesis doctoral será plantear un camino posible de formación ciudadana que permita la reconfiguración de lo público y propicie la formación de ciudadanos libres e ilustrados para el ejercicio de la democracia, pues “las decisiones públicas conciernen y competen a todos los ciudadanos y grupos sociales (Guerra, María José; Del Basto, Liliana; 2009, p. 15). Un camino para lograr tal propósito es la formación en humanidades como lo plantea Martha Nussbaum (2011; 2008), teniendo como soporte esencial la teoría de la acción comunicativa como propuesta reconstructiva de la sociedad y de la vida del ciudadano como sujeto político en interacción pública. Se trata, por tanto, de favorecer el fortalecimiento de una perspectiva de estado, de política y de derecho como fruto de la confluencia de los ciudadanos que se arraigó en las sociedades modernas nacientes, para quienes era fundamental la necesidad del sometimiento de las leyes al debate público, como condición trascendental del derecho, dado que el palpitar de lo público es condición trascendental de la democracia y el énfasis en lo público es el ciudadano diferente del otro, a pesar de todo igual al otro y, en cuanto ciudadano, con los mismos derechos, lo que hace de la política moderna un ejercicio de invención del Estado de derecho. De este modo, se asume la concepción de la política y el ejercicio ciudadano como espacio de discusión intersubjetivo en el que inexorablemente habrán de fundirse “la deliberación política que se escapa a la disciplina que pueda imponer una única forma discursiva, ya sea ésta la justicia o la pretensión de aspirar a un equitativo reconocimiento de formas de vida, concepciones del bien o identidades concretas, o cualesquiera otros intereses subjetivos o de grupo” (Habermas - Rawls, 1998: 29). En este sentido, la comunicación es guerra a muerte con argumentos donde ganan los mejores argumentos que son los que pueden verificarse hasta donde sea posible objetivamente; por ello es necesario estar preparados a dar razones y motivos en nuestro quehacer cotidiano público, porque como lo afirma Habermas “la noción de una democracia deliberativa está enraizada en el ideal intuitivo de una asociación democrática en la que la justificación de los términos y condiciones de la asociación procede mediante la argumentación y el razonamiento públicos entre ciudadanos iguales. Los ciudadanos en un orden de este tipo comparten un compromiso hacia la resolución de problemas de elección colectiva mediante razonamiento públicos, y contemplan sus instituciones básicas como legítimas en tanto establecen un marco para la libre deliberación pública” (Habermas, 1997: 26) Conclusiones 1. La ciudadanía es un ejercicio que se desempeña en el espacio público, como lugar de confluencia de los intereses privados y desde el cual se teje la dinámica de la democracia deliberativa, pues es allí donde el derecho se hace práctico a través de la validez y legitimidad de las normas y ello lo deja claro Habermas cuando “liga la validez de normas a la posibilidad de un consentimiento justificado racionalmente por parte de todos los posibles afectados, en tanto que éstos asuman el rol de participantes en la argumentación” (Habermas, 1997: 27). 2. La democracia necesita de ciudadanos activos y preparados para la arena, capaces de batirse racionalmente a través del lenguaje, pues el esclarecimiento de las cuestiones políticas, en tanto que afecta su núcleo moral, depende de la organización de una praxis argumentativa pública (Habermas, 1997: 27). 3. El ciudadano y el público deben aprender a defenderse argumentativamente, lo que implica la institucionalización de procedimientos legales que aseguren un cumplimiento aproximado de los exigentes presupuestos comunicativos requeridos para las negociaciones equitativas y las argumentaciones no coaccionadas. “Estos presupuestos idealizantes exigen la completa inclusión de todos los posibles afectados, la igualdad de derechos de todas las partes, la interacción no coactiva, una oferta sin restricciones” (Habermas, 1997: 29). 4. Un camino posible para trazar la línea entre la violencia y el poder del lenguaje y su correspondiente repotenciamiento, es el establecimiento de una comunicación que fije sus presupuestos en la razonabilidad y el procedimiento; de esta manera la acción comunicativa será un ejercicio de confluencia de personas a través de argumentos con pretensión de validez universal. Referencias Arendt, Hannah (1969). La condición humana. Madrid: Paidos Aristóteles (1983). 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