sábado, 26 de abril de 2008

El amor una realidad dual

EL AMOR UNA REALIDAD DUAL

José Julián Ñáñez R.
Comentario inicial:
La filosofía, por su característica propia de saber especulativo, frente al tema propuesto para la reflexión de esta noche, antes de cualquier comentario al respecto, se plantea la pregunta por la esencia misma del tema; es decir, lo que él es. Al buscar respuestas a lo largo de la historia misma de la filosofía, nos damos cuenta que este es un tema que se ha tratado poco desde el rigor de la filosofía, aunque sí por muchos otros, baste dar un vistazo en el entorno, respecto al mismo. Quienes lo han hecho:
Platón (Fedón y el Banquete)
Feuerbach (Principios de la filosofía del porvenir)
Freud (contribuciones a la psicología del amor; En obras completas)
Ortega y Gasset (entre otros textos, en su correspondencia con Victoria Ocampo)
Nietzsche desde algunos de sus aforismos que se pueden rastrear a lo largo de su obra

El cristianismo lo ha hecho pero siempre visto como un don de Dios, pero igual como proyecto de vida, lo que no se puede tomar en sentido estricto como filosofía, sino más bien como teología.




Reflexión:
En este sentido, dentro de las coincidencias que encontramos en estos autores, en especial dentro de los modernos, es que para ellos el amor debe ser considerado como una dimensión de la experiencia humana que estructura nuestro ser en el mundo, entendiendo la afirmación estructura como aquello que determina nuestro comportamiento. Por lo tanto es algo vital[1].

Hasta aquí, a pesar de lo dicho, no hemos definido lo que es el amor, por lo tanto desglosemos un poco lo que significa la afirmación anterior; es decir, qué se entiende por el término AMOR: es el goce-de-estar-cerca-de-la-realidad o del objeto del deseo. Aquí goce es tanto placer (gusto, satisfacción) como asombro (invitación a la contemplación); en otras palabras, la manifestación plena y espontánea del ser de las cosas; la certeza absoluta de estar íntimamente cerca del objeto de nuestra curiosidad y la incertidumbre relativa a las facetas que se nos hacen plenamente evidentes (el objeto amado nos cuestiona, nos proyecta y por lo tanto nos crea preguntas, es decir pone frente a nosotros incertezas).

AMOR, en estos términos es la paradoja de la existencia humana, a saber, la de plenitud y vacío, dadas como unidad indisoluble. Certeza de poderse atener a las cosas e incertidumbre frente a lo todavía-no dado y a penas anticipable de nuestro acontecer; el horizonte de nuestra infinitud y el sentimiento de nuestra finitud, una dualidad en la que difícilmente encontramos término medio.

Para profundizar y confirmar lo hasta ahora dicho, acudo al mito propuesto por Platón en el Banquete, sobre la concepción de EROS. Me permito citar completo el hermoso relato de Platón al respecto:

Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también el hijo de Metis. Después de que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras Poros, embriagado de néctar –pues, no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces, Penía, maquinando, impulsada por la carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta de nacimiento de la diosa y al ser, a la vez, por naturaleza amante de lo bello, dado que también afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros (riqueza) y Penía (pobreza). Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como lo cree la mayoría, es, más bien, duro compañero siempre de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bueno; es valiente, audaz y activo. Hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico de recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza inmortal ni mortal, sino que en el día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en medio de la sabiduría y la ignorancia. [2]

Analizando el mito, Eros, presentado como hijo de Poros y de Penía, lleva dentro de sí la riqueza y la pobreza, la plenitud y la insatisfacción, heredada cada característica de sus progenitores. No por nada, CAMUS, haciendo presente el mito de Sísifo, y refiriéndose a la experiencia amorosa de DON JUAN señala que: una mujer linda siempre es deseable, pero DON JUAN, quiere otra, esta no es su condición sino su condena (pues los dioses lo han castigado). Esto porque la experiencia amorosa no se agota en un acto de amor; en términos más filosóficos, no hay un en quién y un qué darle término y que agote el amor en su totalidad; porque como se señala anteriormente el AMOR es un horizonte de experiencia, finita e infinita, no un dato o una realización o un acto, o leído desde la perspectiva de ARISTÓTELES es una potencialidad que se hace acto, pero que puede volver a ser, ahora de otra forma.

Visto en esta perspectiva, el AMOR, o mejor aún AMAR, acción a través de la cual el anterior se hace realidad, es una intencionalidad, una condición de posibilidad; porque, si bien se quiere a alguien, se siente aprecio por alguien, se padece por su ausencia y se goza por su presencia, se entristece uno por su tristeza y se alegra por sus logros, ahí no se agota el amor, se quiere más, e infinitamente todavía más. No hay que olvidar su naturaleza de plenitud (abundancia, amoroso) y su insatisfacción (carencia, necesidad de más); Poros y Penía presentes en una misma realidad.

Esta doble connotación de naturaleza del amor, presentada por PLATÓN a través de su mito del Banquete, y que se puede inferir en CAMUS en su análisis de DON JUAN desde el mito Sísifo, es la que nos puede llevar a incurrir en el error de confundir el amor con un objeto amoroso, sea la persona más valiosa o el ideal más noble.

Se desea, se satisface el deseo; se quiere, se realiza y se mantiene la querencia; pero amar, propiamente hablando, es un modo de tomar lugar en el mundo, es una aptitud frente al mundo; es algo así como que estamos constantemente buscando algo con nuestras vidas, la búsqueda del sentido, que tiene metas, pero no tiene término.

En este sentido, el amor es una idea regulatriz que nos permite orientarnos a lo largo de la vida o al menos ponernos en búsqueda de algo, pues como lo definió FEURBACH, en principios de la filosofía de porvenir, el amor es pasión, y sólo la pasión es el signo verdadero de la existencia, es decir aquello que nos confirma como seres existentes, lo que nos diferencia por tanto entre el ser y el no ser, la prueba ontológica de que somos al igual que lo que nos pone en movimiento dentro de ese existir.

Por ello el amor, no es ni bueno ni malo, simplemente es y nos permite ser, por ello está presente en cada individuo ya que es condición natural e innata, lo que varía de él es la forma como nos damos a la tarea de llevarlo a la práctica y esto lo heredamos de la sociedad en la que nos circunscribimos y varía en la misma forma como vamos tomando distancia de ella; en este sentido considero lo que afirma FROM de que el amor es un arte que es aprendido o mejor aún que debe ser aprendido, y como arte es perfeccionado por la pericia y los dones que la naturaleza ha tenido a bien dar a cada artista.

Veamos ahora un grupo de diapositivas son definiciones no de filósofos consagrados, sino de pensadores inocentes para quienes su experiencia de amor es la que han aprendido de sus padres y de su limitado entorno social. Veamos: (¿qué es el amor?).



[1] Cf. Vargas Guillén, Germán. Pensar sobre nosotros mismo. Bogotá, Ed. San Pablo, 2002, p. 53-54. La siguiete reflexión está toda ella basada en este texto.
[2] PLATÓN, Banquete. 203-204. En: Diálogos. Madrid, ed. Gredos, 1986, 249-9.